Mónica y Ale se conocieron en el 2008. La mejor amiga de ella y el mejor amigo de él empezaban a salir como pareja, así que los grupos de amigos de ambos empezaron a quedar y verse con frecuencia. De esta forma fue como Mónica y Ale comenzaron esta historia.

Al poco tiempo sus mejores amigos dejaron de salir juntos, pero ellos dos no lo hicieron. Durante unos seis meses siguieron viéndose y compartiendo momentos, pero ninguno se decidía a dar el paso de formalizar la relación porque ambos venían de otras relaciones que no habían terminado bien. Querían darse un tiempo.

No obstante, por mucho que se resistieron, al final el amor ganó la batalla.

Al año siguiente se fueron a vivir juntos pero poco duró esta maravillosa etapa, ya que Ale tuvo que irse a Madrid a trabajar. Dos años de idas y venidas, dos años en la distancia, dos años llorando en cada despedida los fines de semana. Dos años para que Ale se diera cuenta de que lo que realmente quería estaba en Tenerife, así que volvió a la isla para estar con Mónica.

Desde entonces no se han separado.

Fruto de este amor nació su hijo Leo.

No podían estar más felices. Como broche de su felicidad, Ale le preparó a Mónica un desayuno muy especial el día de su aniversario. Un desayuno que iba acompañada de una cajita con un anillo de pedida, un anillo que pertenecía a la familia de Ale, pero que fue adaptado especialmente para Mónica.

Pero la vida, que es caprichosa, les dio el peor golpe que se le puede dar a unos padres. Quince días después de la pedida Leo se marchaba al año de haber nacido.

Unos meses después, la vida les daba una nueva alegría. El 14 de febrero, como regalo de San Valentín, descubrían que Chloe se estaba gestando.

Chloe será un bebé arcoíris, aquel que nace tras la pérdida de otro. El arcoíris que sale tras la tempestad. La calma de una pérdida tan dura. Leo jamás será irremplazable, pero Chloe les ha devuelto la ilusión y las ganas de vivir.

Pequeño homenaje a Leo.