Por motivos laborales, Ainoa y Goretti dejaron Tenerife atrás para irse a vivir a Fuerteventura. Y como a mí me gusta viajar poco, me faltó tiempo para hacer las maletas e ir a esa isla a hacerles la postboda.

Dos días intensos. Madrugamos para poder aprovechar la luz del día y procurar no coincidir con las horas de luz dura ni con muchos turistas. Las hice ir por senderos donde caminar se hacía un tanto difícil, y más con los trajes de la boda. Se trastornaron las horas de comida, llegando a almorzar a las seis de la tarde. Corre que te corre para que Ainoa pudiera llegar a tiempo a su rehabilitación a última hora de la tarde. 

Pero nos reímos mucho y lo pasamos genial.

Hicimos casi el rally del Dakar descubriendo caminos nuevos con el coche. Ainoa mostró su pánico a que una ola del mar se las llevara. Nos topamos con un grupo de burros hambrientos hasta el punto de meter la cabeza por la ventana. Pasaron el apuro de sentirse el punto de mira de los turistas, y posaron de modelo con algún que otro atrevido que les pidió hacerse fotos con ellas. Con premeditación y alevosía, las obligué a colarnos en un invernadero. Dimos de comer a las ardillas (sí, lo sabemos, está prohibido, pero imposible resistirse a esas caritas tan monas con las que nos miraban). Tuvieron que hacer unas cuantas flexiones para poder hacer las fotos en medio de la carretera sin ser atropelladas. Conseguí meterlas en una granja de cabras, y mantuvieron el tipo a pesar del pestazo que había, y que una cabra hambrienta, le comiera parte del vestido a Goretti. 

Y es que la vida consiste en estas pequeñas locuras que hacen que todo sea más divertido.

En esos momentos, y en el amor. Todo el amor que ellas se demostraban.

 

 

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